Felicidad se empeña en hacer gala de su nombre. Sin embargo, la vida no se lo ha puesto fácil. A los 12 años se convirtió en madre, fruto de violaciones correctivas por parte de su entorno familiar como castigo por ser lesbiana. Pero ahí no termina su pesadilla.
Años más tarde ingresó en el Ejército de Guinea Ecuatorial, donde fue acusada de “lesbianismo”, torturada por otros funcionarios y sometida a un Consejo de Guerra que la expulsó de la institución militar. Tenía todavía las heridas en carne viva cuando consiguió escapar de su país, donde cae sobre ella una condena a cárcel, mientras sus torturadores disfrutan de total impunidad.
Llegó a Madrid en 2019, donde ha solicitado protección internacional y se recupera de las heridas visibles e invisibles que acumula. Hoy, con una sonrisa tímida, pero con luz propia, reconoce que el rumbo de su vida parece estar cambiando: “Como mujer lesbiana que soy, aquí me siento bien, tranquila, feliz. Me aceptan tal como soy”.
En el mundo todavía existen 69 países que criminalizan a personas del colectivo LGTBI+, lo que obliga a muchas de ellas a huir y buscar refugio fuera de sus fronteras.
El delito de existir es la mochila con la que salen a cuestas, un peso aplastante que personas como Felicidad, se están despojando gracias a su fortaleza y al acompañamiento de ONG Rescate.