Según las últimas estimaciones de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, el 52 por ciento de las personas desplazadas forzosamente en el mundo son menores de 18 años.
Esto supone que más de la mitad de las personas que huyen de sus casas por la guerra, la violencia y la persecución, son niños y niñas. Un colectivo vulnerable y, al mismo tiempo, clave para el futuro y presente de sus comunidades en sus países de origen y de acogida.
ONG Rescate quiere poner cara a ese 52 por ciento que se concentra en Líbano. El país mediterráneo no es firmante de la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados y, por tanto, no garantiza sus derechos básicos por ley. Esto se traduce en una vida en el exilio en asentamientos provisionales construidos de manera precaria, así como en serias limitaciones de acceso al empleo, sanidad y educación.
En este contexto, los niños y niñas refugiadas sirias en Líbano, además de combatir el trauma de la guerra, se enfrentan a mayores riesgos que el resto de la población (explotación laboral, matrimonio infantil o discriminación). Ante esto, la mejor herramienta para protegerlos y salvaguardar su futuro y presente, es la educación.
Un reto que ONG Rescate afronta apoyando la escuela de Ale Askar, donde estudian doscientos niños y niñas refugiados sirios. El centro está ubicado en un asentamiento informal aledaño a la población de Bar Elias, en el Valle de la Bekaa, la región que alberga el mayor número de refugiados sirios de Líbano, unos 350.000.
La organización española, presente en Líbano desde 2006, fundó esta escuela en 2015 donde se imparte educación informal (matemáticas, lengua, ciencias e inglés) bajo las directrices de UNICEF. Además, llegado el momento, el alumnado de Ale Askar puede incorporarse al sistema educativo oficial y proseguir su educación en fases superiores.
Loauy Hassan tiene 13 años y es uno de los niños refugiados de Ale Askar. Huyó de su ciudad natal, Idlib, al norte de Siria, donde todavía hoy las bombas se cobran la vida de miles de víctimas civiles, una de ellas, su mejor amigo. “La guerra destruyó muchas cosas de mi vida”, dice el crío. Sin embargo, la escuela es su mayor refugio y un anclaje a la normalidad de la infancia. Lo mismo le ocurre a Hiba, una niña de 12 años que ha pasado la mitad de su vida en el campo de Ale Askar. Su sueño es volver a Siria algún día y convertirse en médico para ayudar a niños y niñas sin recursos.
El coraje de Hiba y Loauy, así como el empeño por mantener activa la escuela de Ale Askar, dan sentido a aquellas palabras que pronunció la Premio Nobel de la Paz, Malala Yousafzai: “Un niño, un profesor, un lápiz y un libro pueden cambiar el mundo”.
Un canto al derecho a la educación al que se han unido los actores Juana Acosta y Alfonso Bassave. Los artistas se convierten en embajadores para impulsar la campaña de ONG Rescate que lanza a través de la plataforma
iHelp, y que pretende recaudar fondos para asegurar el futuro de la escuela y ampliar sus instalaciones, en un país donde el 58% de las niñas y niños refugiados sirios está sin escolarizar.